Como una gran mancha, la
tierra se adentra diez kilómetros hacia el interior del mar formando la
península del Cap de Creus. Punto más oriental de la península ibérica y
extremo de la cordillera Pirenaica antes de hundirse en el mediterráneo supone
un formidable obstáculo que es testigo de innumerables naufragios. Su situación
estratégica lo convierten en un mirador excepcional de paso migratorio de
numerosas especies de aves y cetáceos. Desde las alturas de los picos que lo
rodean, la vista se pierde entre un vasto panorama profusamente recortado de
acantilados, cabos y ensenadas que esconde un sinfín de rincones por descubrir.
Un áspero paisaje con aroma de fin del mundo donde la tramontana, ese
inagotable viento del norte, ha moldeado tanto al territorio como a su gente.
Pero cuando el viento descansa y el mar se encalma, el sol se filtra hasta muy
adentro de estas aguas ricas y transparentes donde todavía se esconde el coral
rojo y una rica vida submarina. Por suerte, el relativo aislamiento geográfico
y el antiguo destacamento militar en la zona de la Falconera limitaron bastante
la urbanización durante los primeros booms turísticos. Desde el 1998 el área
está protegida bajo la figura del parque natural del Cap de Creus, un mosaico
diverso donde la geología, el arte y la historia se fusionan de una forma
sublime.
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